Nacemos, rodeados de las personas que nos han dado la vida. Y poco a poco vamos creciendo, empezamos a hacer amiguitos. Comenzamos a aprender un poquito, los días van pasando, lentamente vamos comprendiendo algunas cosas dentro de nuestra inocencia, recurriendo al poyo y ayuda de la familia.
Llega la adolescencia, una etapa dura en la que aún siendo inmaduro e inocente empiezas a darte cuenta de cosas y a dar importancia a otras. Empezamos a tratas con algo llamado amor y eso nos lleva a conocer el sufrimiento y en ocasiones la alegría. Podemos ponerle nombre a algo llamado felicidad aunque seguimos sin saber del todo como comportarnos en muchas situaciones y por ello seguimos respaldandonos en nuestra familia y a gente que conocemos, a los que consideramos amigos.
Cuando le damos un nombre a la amistad, nos sentimos un poquito más libres. Y esa libertad nos da pie a empezar a sentir nuevas cosas, nos da alas para experimentar. Experiencias que no siempre son buenas, y nos hacen conocer de verdad a las personas. Ahí, empezamos a crecer un poquito más y entonces llegamos, derepente, sin que nadie nos avise a ser adultos. Algo que nadie nos había explicado antes, algo que nos toca comernos solos, como la adolescencia, pero esta vez sin ayuda de nadie, ni si quiera de esas personas a las que llevamos considerando amigos durante mucho tiempo.
Nos damos cuenta entonces de que todo empieza en ese momento, empieza la vida. Y la vida empieza algo vacía, en la soledad más profunda, en la soledad de uno mismo. Rodeados de gente a la que no conocemos, que nos ofrecen su mano para seguir subiendo, pero esas personas a veces fallan y entonces empezamos a conocer la realidad de todo. Lo real que es todo y lo dificil que se ha vuelto convivir entre gente y a la vez solo con las responsabilidades en la espalda. Subiendo escalones cada vez más grandes con más peso. Los pasos a la vez que trabajosos son más gratificantes.
Pero duelen, duele el alma cuando se da cuenta de que nadie nos resuelve la vida y no podemos volver a escudarnos en una figura paterna. Entonces, en algun momento aparece, aparece el amor de verdad. El amor que nos hace escribir nuestra historia a su lado, que te da la mano y no te deja caer, el amor que puede resolverte un problema tomando un café y un par de charlas.
El amor, el amor que se asemeja un poquito al amor que recibimos en nuestra infancia. Y es así, el amor de verdad es el que nos hace sentir la misma felicidad y el mismo sufrimiento incontrolable. El amor, que nunca pensabas encontrar pero derepente aparece. Y hasta aquí, no puedo decir más, supongo que todo comienza en ese momento, cuando vuelves a nacer, cuando la vida vuelve a comenzar de otra manera, consciente, dejando la inocencia a un lado. Cuando podemos dar ejemplo a otras personas, cuando de nuestra propia experiencia podemos seguir avanzando.
Esto, esto es la vida, y sus diferentes caras que nunca llegamos a conocer del todo.
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