Todavía quedaba algo de aquello, de aquellas ganas de huir. Pero, se iban apagando, le daba motivos para que dejaran de existir, por motivos o en singular. Y otras veces, cuando la soledad tocaba, sentía que esas ganas volvían, se me revolvía algo, mariposas no, escalofríos. Y es que llegaba el invierno, y yo sabía que el invierno no era en Madrid, aunque intentaba convencerme. Pero no era solo convencerme, seguía aquello que tiraba más que el frío del invierno aquí.
Podría empaquetarlo todo pero no serviría de nada si sigue existiendo lo mismo que me hizo en otras ocasiones tomar un avión y dejar todo de nuevo, empezar de 0 de nuevo, aquí... luego allí, pero acabando siempre aquí.
Todo esto se convertía en una tortura apagada, que no dolía, no rasgaba ni si quiera se manifestaba, pero... algo dentro de mí a veces sacaba ganas y recuerdos... No sabía explicar el porqué, mas yo tampoco entendía como podían surgir imágenes de bienestar irreales cuando el tiempo, la gente y la distancia dolía más que mil puñales en el cuello. No entendía como recreaba situaciones ficticias que acababa creyendo como realidades para que volvieran esas ganas. Y lo conseguía, sin darme cuenta de que nada era así, que era duro, frío y bastante exasperante.
Digo yo que serán como los sueños bonitos que recordamos, y las pesadillas que olvidamos por completo y al final... queda lo bueno, de todo.
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