Hay una linea casi transparente, fácilmente vulnerable entre un deseo y un acantilado.
Coloco el blanco en el cielo, me cargo de balas mis armas, disparo al vacío. La bala nunca vuelve,
como si nunca la hubiera desatado de su arma. El único testigo, la pólvora, se desvanece.
El único testigo, pues... estos ojos. Como cuando das y no recibes, a ciegas, sin saber si lo que das algún día volverá. Todo está abierto a posibilidades, a dudas y al vacío de un universo que nunca para.
Si miráramos atrás cada vez que damos un paso, la vida sería la mitad. Veríamos el vaso a medias, medio vacío, medianamente bien o más bien, medianamente mal. No se si jugármela, o si continuar disparando al vacío. Quizás no es blanco o negro, sino que la solución está en cambiar el blanco. Apuntar a un blanco fijo. Ir a lo seguro, dejar de ir a ciegas.
A veces la solución no es más que plomo en unos pies y pisar, y pisar...
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