lunes, 3 de junio de 2019

Últimamente.

Hay días y días. Días buenos, en los que siento que todo lo que hago me llena por completo y días en los que no me encuentro ni cuando me miro al espejo.
Hay momentos en los que quiero correr tan lejos, tan rápido, tan fuera de todo el caos de mis sentimientos, que ni siquiera perderme me calma.
Y en cambio, hay días en los que no se cruza ni un solo mal pensamiento por mi cabeza. Soy feliz, sin necesitar apenas nada. Cuando no necesito la aprobación del resto, cuando escribo, leo, escucho música, camino... Cuando sin querer, vuelvo en mí, y veo la fortuna que poseo. Paz.
Pero, últimamente, no es tanta la cantidad de días buenos y días malos, sino la cantidad de días sin más.
Días neutrales, de esos en los que ni sonrío ni lloro. Días de esos en los que recuerdo momentos que hace unos meses me dolían y ya ni me inmuto. Ya no miro a los ojos, será que no quiero encontrarme en nadie. Siempre me perdieron las miradas.
Últimamente aborrezco el cariño, el amor, las muestras de afecto, los detalles, los besos, las caricias, las felicitaciones, los cumplidos y las tonterías. 
A día de hoy estoy tan fuera de mí y tan dentro que a veces da miedo. Tengo mis días de reflexión, pero ya no es como antes, ahora me da todo un poco más igual. Nunca se me ha dado bien el amor y menos el desamor. No se me dan bien las despedidas y mucho menos cuando no soy yo quien se va.
No se me da bien encajar porqués sin respuesta. No se me da bien hacer como si nada cuando duele.
Por eso. Será por eso que últimamente todo me resulta un tanto indiferente.