sábado, 21 de marzo de 2015

La ciudad sin luces.

Se nubló el cielo, llovía, como nunca, me lo quité todo. Solamente yo y esa jarra de agua infinita sobre mi. Mirada hacia arriba, las gotas corrían por mis ojos, por mi boca, por mi nariz... Corrían las gotas por mi cara. Los ojos cerrados, en mis oidos la melodía de la derrota, poco a poco.
Algo ocurrió, cuando todo el cuerpo tiritaba de frio, desapareció, apareció el sol. Se despejo el cielo,
por arte de magia. Los rayos secaban todo el agua que había sobre mi... Y seguí ahí, plantada bajo el cielo. Aún solos el y yo. El sol cada vez brillaba más, calentaba más... Acabó quemando mis mejillas, la piel ardía. Lo único que entonces deseaba, era un poco de agua. Pero ya no había más agua. Se lo había llevado todo el vapor. Comencé a correr en busca de agua... y allí, sin esperarlo. Sudando, casi al borde del desmayo, estabas tú. Estaba todo tan negro, que no sabía ni como continuar, pero volví a fijar la mirada al cielo y el astro más precioso comenzo a iluminar, sin mojarme, sin quemarme... La luna se quedaba allí, mirandome, quieta... Tranquila, me quedé dormida. 
Olvidé que había un montón de estrellas, olvidé que la luna estaba rodeada de muchas más, pero que la unica que llamaba mi atención eras tú. Y que ibas a estar ahí, entre el día y la noche. Desde el ocaso hasta la salida del sol. Día a día. Para mí. Y no me cansaría nunca de mirarte. 

                               


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